Bienvenidos a Palmaseca

Es sábado y llegó el gran día, juega el equipo de nuestros corazones; así es, el Deportivo Cali juega en casa. Nos acercamos fervorosos al Monumental de Palmaseca, al Coloso de Rozo, a nuestro templo, disfrutando de los espectaculares paisajes que nos ofrece el Valle del Cauca: con los cañaduzales que endulzan nuestro viaje y las montañas de fondo que dejan saber lo majestuosos que somos como ciudad, como departamento y como equipo. Así empieza y se vive una tarde de fútbol en el más fértil de los Valles de Colombia, cuando juega el equipo verdiblanco.

En realidad, este ritual comenzó hace un par de décadas con una pequeña maqueta a escala, hecha a la medida de un simple sueño que tuvo el recordado ex presidente de nuestro equipo caleño, Don Humberto Arias. Muchos lo tildaron de excéntrico, en aquel tiempo de recesión y atraso general en la sociedad, era impensable e inviable que un equipo colombiano tuviera su propio estadio. Aquí los estadios son por supuesto obra y mantenimiento del gobierno y cada vez que algún equipo lo necesita, este lo alquila,  muchas veces sin importar el número de equipos que jueguen en cada ciudad. Es por esta razón en la que la burocracia y la capacidad estatal superan a la pasión futbolera, que el ritual de asistir al fútbol nunca fue igual cuando jugábamos en el Estadio Olímpico Pascual Guerrero, el estadio del Municipio, que lo compartíamos con el América.

La primera piedra, de lo que hoy es un verdadero monumento al fútbol y la máxima expresión de amor por el equipo, la puso Don Humberto el 24 de agosto de 2001 y desde ese día hasta el 2010, la estructura fue levantada lentamente. La inversión era enorme y a los cambios de juntas directivas del club se le sumaron las deudas millonarias que la institución había acumulado a lo largo de los años por cuenta de nefastas gestiones administrativas y deportivas. Todos los hinchas verdiblancos tuvimos que esperar hasta comienzos de 2015 para estrenar una casa propia; en adelante no alquilaríamos más como el resto de los rivales.

La Liga Águila se juega cada semestre, por lo que cada seis meses hay un nuevo campeón del fútbol colombiano. La hinchada azucarera esperó diez años para volver a acariciar la gloria, esa Liga I 2015, de la mano del técnico Fernando `Pecoso` Castro y de su `kínder`- apodado así porque su equipo era de mayoría juvenil y canterana – volvimos a ser campeones y fue ahí cuando se mitificó el hecho de jugar en Palmaseca. Solo bastó un semestre en nuestra casa para convertirla en un verdadero fortín, a la altura del misticismo deportivo de otros coliseos modernos como la Bombonera y el Centenario.

Como cada fecha de local, el corazón nos late más fuerte porque sabe que nos aproximamos a nuestro templo, donde se libran auténticas batallas deportivas de noventa minutos con once gladiadores que lo dejan todo en la cancha. A lo lejos se ve, inocultable como las majestuosas cordilleras que rodean nuestro Valle, la realización de aquella pequeña maqueta que motivó por años la burla de nuestros adversarios; el cumplimiento de ese sueño desquiciado que nunca detuvo las intenciones de grandeza de Don Humberto. La fiesta va a empezar y nadie se la quiere perder; se escuchan los cánticos de la barra popular, Frente Radical, con sus banderas y sus tambores acariciando el viento. Nuestros guerreros ya están en la cancha para hacer respetar la casa, junto al jugador número 12 – la hinchada –, vamos a ponerlo todo para que ningún rival salga victorioso.

En los instantes previos al inicio del compromiso, los hinchas sentimos como si toda nuestra vida estuviera suspendida en este mágico momento colectivo: el resumen de un siglo de gambetas y buen trato de balón, las gestas que nos permitieron ser grandes, los goles que nunca entraron y que aún nos lastiman el alma, los partidos y los héroes que solo los vimos a través de la memoria de nuestros padres; en fin, la convergencia de este delirio de amores, de esperanza y miedo que llamamos Deportivo Cali. Es un verdadero baile, en nuestro estadio todo deja de existir, la música la pone la tribuna popular, y mientras las demás graderías acompañan al son de los bombos y las trompetas, nuestros jugadores convierten el ritmo de las palmas en diagonales mortales y goles inolvidables.

Toda la pasión contenida en un solo lugar, Palmaseca es el comienzo de una nueva era para todos nosotros. Hinchas, directivos y jugadores entramos sabiendo que este campo y las tribunas que lo aturden significan una ventaja, y nos dan una fuerza que otros no tienen. Aquí no hay solo una propuesta futbolística o un proyecto deportivo, sino también una defensa a ultranza, casi religiosa, de los valores y principios culturales que se defienden en nuestra región. Palmaseca es un templo no solo del futbol, sino también de la identidad vallecaucana.

A pesar de tamaño orgullo, desde muchos círculos periodísticos, políticos y deportivos (tanto dentro como fuera del Valle) se ha formado una opinión general que intenta tachar el escenario de inviable e inadecuado para jugar y competir. Situación entendible desde el temor exterior que genera la desventaja de jugar en semejantes condiciones de ruido, presión y significado, y comprensible también desde la incapacidad que tenemos los vallecaucanos para ponderar nuestros logros como sociedad, y el peligro que vemos en los proyectos culturales que justamente intentan vencer dicha incapacidad.

Sea como sea, el mérito de nuestro templo también debe ser concedido a los actuales dirigentes, quienes han tenido que luchar contra todas las fuerzas políticas que se oponen abierta y secretamente a la culminación de Palmaseca, a veces a expensas de su prestigio como gestores, y quienes han invertido una cuota más que colosal en el desarrollo y la terminación de nuestro estadio.

En fin, es sábado y juega nuestro Deportivo Cali. Es sábado y esto es una verdadera fiesta. Bienvenidos, bienvenidos a nuestra casa, a nuestro templo; bienvenidos a Palmaseca.

 

 

Escrito a dos manos y entre dos Continentes.

Ana Caicedo Hinojos

Gustavo Caicedo Hinojos

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